Esta
historia que voy a contar , sucedió hace miles de años en la corte de cierto
rey persa. Los miembros de la corte eran muy numerosos, y de muy diversa índole: Cada
uno desempeñaba una función. Estaban los doctores en leyes, y los jueces, que
aplicaban la ley para el orden en la convivencia de la población, los expertos en finanzas , que administraban
los bienes y miraban por la prosperidad del reino, los jefes del ejército, que defendían el
territorio, las autoridades religiosas, que velaban por la paz de las almas, los
más ilustres médicos, incluso los elegantes pajes, que daban a la corte un
cierto aire de gracia y distinción.
Sin
embargo algunos de ellos, celosos de una porción mayor de poder, empezaron a
instigar para que se procediera a una reducción en el número de miembros, de
modo tal que poco a poco, fueran acercándose más a su propósito: Estar al lado
del soberano.
Fue
así como un día, en uno de los salones se desató una encarnizada discusión,
entorno a la inutilidad y superficialidad del narrador de historias en la
corte. Después de mucho vociferar, permitieron al narrador defenderse, y él lo
hizo de la siguiente manera:
- "Señores y respetables miembros de la corte. Nada más lejos de mi intención que
el contrariarles a ustedes, u oponerme a la decisión que quieran tomar. Me
preguntáis qué función desempeña el narrador de historias en la corte, y si me lo permitís, en respuesta narraré una de las historias que
me contó mi padre, quien sirvió antes que yo a nuestro soberano en esta misma
corte, y del que aprendí el oficio de narrador de historias."
En ese preciso instante, el rey entró en el salón. Preguntó de qué se trataba, y se sentó a escuchar la
historia, que comenzaba de este modo:
"...Hace
mucho, mucho tiempo, en un lejano país gobernaba un rey justo, amado por su
pueblo, y temido por sus enemigos. Este rey tenía tres hijas a las que amaba
sobre todas las cosas.
La mayor de ellas se llamaba Shafiqa, que
significa compasión. Cuando el rey debía juzgar a alguien, solía buscar la
compañía de esta hija, porque con ella adquiría la capacidad de ponerse en el
lugar de la persona juzgada, y de éste modo podía ser justo y compasivo al
mismo tiempo.
La segunda de las hijas se
llamaba Fátima, lo que en el antiguo árabe significa “confianza”. A ella
buscaba siempre el rey cuando se le presentaban situaciones delicadas, para
disipar sus temores, y así tomar las mejores decisiones.
La más pequeña se llamaba Maerifa, lo que
en aquél antiguo idioma significa “conocimiento” . Esta era la más viajera de
todas sus hijas. Siempre estaba de expedición con su séquito, para descubrir
nuevos reinos lejanos, y aprender cómo los hombres pueden organizarse y vivir
de maneras tan dispares, y también para adquirir conocimiento de otras formas
de vida, como las de los animales, las estrellas, las flores…Al regreso de sus
viajes, el rey siempre escuchaba emocionado, todo lo que su hija tenía para
contarle. Incluso la princesa le contaba al rey lo que sucedía también dentro
de su propio reino, porque tenía la habilidad de pasar desapercibida por
lugares no frecuentados por la nobleza.
Pero un día la oscuridad invadió por
completo la vida de este rey. Sus tres hijas habían sido raptadas. De inmediato se publicaron bandos por
todo el reino, prometiendo la mano de una de ellas para el caballero que
lograra rescatar a las tres princesas. El primero en partir fue el jefe de los
ejércitos, conocido como Al Jaish, el “bebedor de sangre”. Y después de él
partió también otro ministro, el encargado de las finanzas, llamado Al Wuzura.
Mucho tiempo pasó sin que ninguno de los
valientes que lo intentaron, regresara de su empresa con éxito. Las cosas en
palacio habían cambiado. Donde antes reinaba la paz, ahora sólo existía temor e
inquietud. El rey perdió incluso el control de sus emociones, y empezó a
conducirse con crueldad, y a cometer actos irreflexivos, obsesionado como
estaba por la desaparición de sus tres hijas.
No
fue sino después de varios años, cuando la esperanza estaba casi perdida, que
un narrador de historias se acercara al palacio a pedir licencia a su majestad
para emprender la búsqueda de las
princesas. Nadie le animaba, ni confiaba en él. Donde tan valerosos
caballeros habían fracasado ¿qué se podía esperar de un humilde narrador?
No obstante la licencia le fue concedida, y el joven montado en su caballo, se ponía en camino.
No
llevaba mucho cabalgado, cuando, en una posada se encontró a los dos primeros intrépidos
ministros que salieron con su mismo propósito: El bebedor de sangre, y el jefe
de finanzas. Los dos se encontraban en una lamentable situación. Habían sido
saqueados por unos bandidos, y vendidos como esclavos al posadero. Allí servían
limpiando los animales de los viajeros. El narrador de historias enseguida pagó
al posadero una buena suma por el rescate de aquellos dos hombres, así como un
caballo para cada uno de ellos. “De este modo,-pensó-,podemos continuar la
búsqueda entre los tres, con lo que tendremos más posibilidades de éxito.” Los
dos liberados se sentían en cierto modo humillados al haber sido rescatados por
alguien de tal humilde condición, pero, no obstante, se alegraron y aceptaron
la propuesta de continuar juntos la búsqueda.
Siguieron
pues los tres su camino. Al cabo de algunos días, encontraron a una anciana que
les alojó en su humilde casa, y compartió con ellos un plato de sopa y un trozo
de pan. Después de la cena, el narrador deleitó a aquella mujer con una de sus
historias, tras lo cual ella dijo: " -De esta historia se desprende que sois
hombres sabios. Decidme, ¿qué andáis buscando? Tal vez pueda ayudaros. "Cuando la anciana supo cual era el objeto
de su búsqueda, les dijo: “ -Siguiendo este camino todo recto, llegaréis a un
gran lago, en cuyas profundidades hay un palacio. En él encontraréis a las
princesas.”
En cuanto amaneció los tres emprendieron la
marcha. Efectivamente, las indicaciones de la anciana eran correctas. Tenían
frente a ellos un gran lago, y se proponían sumergirse en él para encontrar el
misterioso palacio.
De
los tres, Al Wuzura se mostró el más decidido, y enseguida se puso en acción,
amarrando una fuerte soga a un árbol próximo a la orilla y atándose el otro
cabo a la cintura. De este modo inició el descenso , y desapareció en las
profundas aguas. Pero al poco tiempo, sus dos compañeros le vieron aparecer de
nuevo, gritando horrorizado, y tapándose fuertemente los oídos, como si un
ruido ensordecedor le estuviera perforando los tímpanos. Fue entonces el otro caballero, el ministro,
quien decidió realizar el intento, pero le sucedió exactamente lo mismo que a
su compañero. Salió del agua quejándose aparatosamente de un insoportable ruido
bajo la superficie del agua. A continuación era el turno del narrador de
historias. Este se las arregló para cerrar sus oídos al espantoso ruido y pudo
descender hasta el fondo. Allí estaba el palacio. Abrió su gran portón y se
encontró en un gran distribuidor del que partían anchos corredores, escaleras
hacia arriba y hacia abajo, y múltiples dependencias que se comunicaban entre
sí. Anduvo por allí un buen rato y por fin encontró una estancia en cuyo umbral
dormía una bestia. Era un monstruo de varias cabezas que enseguida se despertó
y atacó al joven, pero éste, sin dudar, miró a la pared y encontró una daga que
parecía estar esperando, así que la tomó y con ella cortó una a una , las siete
cabezas del bicho.
Entró y vio a Shafiqa,
la mayor de las tres hijas del rey. Enseguida le ató la cuerda a la
cintura y tiró tres veces de ella con fuerza. Esa era la señal que habían
acordado para que los de arriba recogieran la cuerda. Así lo hicieron, y el
narrador esperó a que la cuerda volviera a sumergirse. Después de esto, el
narrador continuó su búsqueda por el palacio, hasta que halló a la segunda de
las hijas, a Fátima,
También custodiada por un monstruo al que
derribó de igual manera, la princesa Fátima fue liberada y ascendida a la
superficie del lago junto a su hermana. Mientras esperaba la cuerda de vuelta, el narrador
buscó a la tercera princesa, y no tardó en encontrarla. También tuvo que
derribar al guardián, lo que no le supuso gran esfuerzo, y liberó a la más
joven, que también era, por cierto, la más encantadora de las tres. No le
importaba esperar, ya que la compañía de tan hermosa mujer le resultaba muy
agradable, pero pronto se dio cuenta de que algo no iba bien, porque tardaban
mucho en bajar la cuerda de nuevo.
-“Creo que te han traicionado”, dijo la
princesa. “Tus supuestos compañeros se
han marchado con mis hermanas y nos han abandonado aquí, pero no temas. Mira.
Esta caja es mágica. Puedes pedirle lo que quieras.”
Entonces el narrador abrió la caja, y le
pidió estar en la orilla del lago, junto a la princesa, y a bordo de una gran
faluca adornada con insignias de realeza. Al instante así se cumplió, y el narrador
navegó junto a la joven Maerifa rumbo a la ciudad, que era la capital del
reino.
Entre tanto los dos traidores habían
regresado en sus caballos, y entregado al rey a sus dos hijas rescatadas,
aludiendo que, lamentablemente no habían hallado rastro de la tercera.
El rey, que se alegró enormemente por el
reencuentro con sus queridas hijas, y lloró amargas lágrimas por aquélla, a la
que pensaba, había perdido para siempre, acordó con sus presuntos valerosos
caballeros sendas bodas, tal y como se había prometido.
Todo en palacio se parecía a un final
medio feliz, cuando de pronto el rey recibió el aviso de la arrivada a puerto
de una lujosa embarcación con nobles insignias. ¿De quién podría tratarse?
Cuando
el rey vio descender del navío a su hija, la más pequeña, aquella a la que
pensaba no iba a volver a ver, su corazón se ensanchó, recuperó al instante la
salud que había perdido, y honró al narrador de historias concediéndole la mano
de su hija, y , cuando se desveló la traición de los otros dos, fueron
desterrados para siempre. Así es como sucedió."
Terminada
la narración de esta historia, volvemos a la corte del rey, que
había permanecido atento a cada una de las palabras del narrador.
Sin más, sentenció que nunca
permitiría que faltara en la corte un narrador de historias, porque su función
era realmente imprescindible.
Versión del cuento recopilado por el maestro sufi Idries Shah en su obra "El buscador de la verdad"