miércoles, 21 de octubre de 2015

El hijo de un narrador de historias




                        Esta historia que voy a contar , sucedió hace miles de años en la corte de cierto rey persa. Los miembros de la corte eran muy numerosos, y de muy diversa índole: Cada uno desempeñaba una función. Estaban los doctores en leyes, y los jueces, que aplicaban la ley para el orden en la convivencia de la población,  los expertos en finanzas , que administraban los bienes y miraban por la prosperidad del reino,  los jefes del ejército, que defendían el territorio, las autoridades religiosas, que velaban por la paz de las almas, los más ilustres médicos, incluso los elegantes pajes, que daban a la corte un cierto aire de gracia y distinción.

            Sin embargo algunos de ellos, celosos de una porción mayor de poder, empezaron a instigar para que se procediera a una reducción en el número de miembros, de modo tal que poco a poco, fueran acercándose más a su propósito: Estar al lado del soberano.

            Fue así como un día, en uno de los salones se desató una encarnizada discusión, entorno a la inutilidad y superficialidad del narrador de historias en la corte. Después de mucho vociferar, permitieron al narrador defenderse, y él lo hizo de la siguiente manera:

            - "Señores y respetables miembros de la corte. Nada más lejos de mi intención que el contrariarles a ustedes, u oponerme a la decisión que quieran tomar. Me preguntáis qué función desempeña el narrador de historias en la corte, y si me lo permitís, en respuesta narraré una de las historias que me contó mi padre, quien sirvió antes que yo a nuestro soberano en esta misma corte, y del que aprendí el oficio de narrador de historias."

             En ese preciso instante, el rey entró en el salón. Preguntó de qué se trataba, y se sentó a escuchar la historia, que comenzaba de este modo:

             "...Hace mucho, mucho tiempo, en un lejano país gobernaba un rey justo, amado por su pueblo, y temido por sus enemigos. Este rey tenía tres hijas a las que amaba sobre todas las cosas.


La mayor de ellas se llamaba Shafiqa, que significa compasión. Cuando el rey debía juzgar a alguien, solía buscar la compañía de esta hija, porque con ella adquiría la capacidad de ponerse en el lugar de la persona juzgada, y de éste modo podía ser justo y compasivo al mismo tiempo.





           La segunda de las hijas se llamaba Fátima, lo que en el antiguo árabe significa “confianza”. A ella buscaba siempre el rey cuando se le presentaban situaciones delicadas, para disipar sus temores, y así tomar las mejores decisiones.
           La más pequeña se llamaba Maerifa, lo que en aquél antiguo idioma significa “conocimiento” . Esta era la más viajera de todas sus hijas. Siempre estaba de expedición con su séquito, para descubrir nuevos reinos lejanos, y aprender cómo los hombres pueden organizarse y vivir de maneras tan dispares, y también para adquirir conocimiento de otras formas de vida, como las de los animales, las estrellas, las flores…Al regreso de sus viajes, el rey siempre escuchaba emocionado, todo lo que su hija tenía para contarle. Incluso la princesa le contaba al rey lo que sucedía también dentro de su propio reino, porque tenía la habilidad de pasar desapercibida por lugares no frecuentados por la nobleza.
            Pero un día la oscuridad invadió por completo la vida de este rey. Sus tres hijas habían sido raptadas. De inmediato se publicaron bandos por todo el reino, prometiendo la mano de una de ellas para el caballero que lograra rescatar a las tres princesas. El primero en partir fue el jefe de los ejércitos, conocido como Al Jaish, el “bebedor de sangre”. Y después de él partió también otro ministro, el encargado de las finanzas, llamado Al Wuzura.
           Mucho tiempo pasó sin que ninguno de los valientes que lo intentaron, regresara de su empresa con éxito. Las cosas en palacio habían cambiado. Donde antes reinaba la paz, ahora sólo existía temor e inquietud. El rey perdió incluso el control de sus emociones, y empezó a conducirse con crueldad, y a cometer actos irreflexivos, obsesionado como estaba por la desaparición de sus tres hijas.
           No fue sino después de varios años, cuando la esperanza estaba casi perdida, que un narrador de historias se acercara al palacio a pedir licencia a su majestad para emprender la búsqueda de las  princesas. Nadie le animaba, ni confiaba en él. Donde tan valerosos caballeros habían fracasado ¿qué se podía esperar de un humilde narrador? No obstante la licencia le fue concedida, y el joven montado en su caballo, se ponía en camino.

           
            No llevaba mucho cabalgado, cuando, en una posada se encontró a los dos primeros intrépidos ministros que salieron con su mismo propósito: El bebedor de sangre, y el jefe de finanzas. Los dos se encontraban en una lamentable situación. Habían sido saqueados por unos bandidos, y vendidos como esclavos al posadero. Allí servían limpiando los animales de los viajeros. El narrador de historias enseguida pagó al posadero una buena suma por el rescate de aquellos dos hombres, así como un caballo para cada uno de ellos. “De este modo,-pensó-,podemos continuar la búsqueda entre los tres, con lo que tendremos más posibilidades de éxito.” Los dos liberados se sentían en cierto modo humillados al haber sido rescatados por alguien de tal humilde condición, pero, no obstante, se alegraron y aceptaron la propuesta de continuar juntos la búsqueda.


            Siguieron pues los tres su camino. Al cabo de algunos días, encontraron a una anciana que les alojó en su humilde casa, y compartió con ellos un plato de sopa y un trozo de pan. Después de la cena, el narrador deleitó a aquella mujer con una de sus historias, tras lo cual ella dijo: " -De esta historia se desprende que sois hombres sabios. Decidme, ¿qué andáis buscando? Tal vez pueda ayudaros. "Cuando la anciana supo cual era el objeto de su búsqueda, les dijo: “ -Siguiendo este camino todo recto, llegaréis a un gran lago, en cuyas profundidades hay un palacio. En él encontraréis a las princesas.”
            En  cuanto amaneció los tres emprendieron la marcha. Efectivamente, las indicaciones de la anciana eran correctas. Tenían frente a ellos un gran lago, y se proponían sumergirse en él para encontrar el misterioso palacio.
            De los tres, Al Wuzura se mostró el más decidido, y enseguida se puso en acción, amarrando una fuerte soga a un árbol próximo a la orilla y atándose el otro cabo a la cintura. De este modo inició el descenso , y desapareció en las profundas aguas. Pero al poco tiempo, sus dos compañeros le vieron aparecer de nuevo, gritando horrorizado, y tapándose fuertemente los oídos, como si un ruido ensordecedor le estuviera perforando los tímpanos.  Fue entonces el otro caballero, el ministro, quien decidió realizar el intento, pero le sucedió exactamente lo mismo que a su compañero. Salió del agua quejándose aparatosamente de un insoportable ruido bajo la superficie del agua. A continuación era el turno del narrador de historias. Este se las arregló para cerrar sus oídos al espantoso ruido y pudo descender hasta el fondo. Allí estaba el palacio. Abrió su gran portón y se encontró en un gran distribuidor del que partían anchos corredores, escaleras hacia arriba y hacia abajo, y múltiples dependencias que se comunicaban entre sí. Anduvo por allí un buen rato y por fin encontró una estancia en cuyo umbral dormía una bestia. Era un monstruo de varias cabezas que enseguida se despertó y atacó al joven, pero éste, sin dudar, miró a la pared y encontró una daga que parecía estar esperando, así que la tomó y con ella cortó una a una , las siete cabezas del bicho. 


Entró y vio a Shafiqa,  la mayor de las tres hijas del rey. Enseguida le ató la cuerda a la cintura y tiró tres veces de ella con fuerza. Esa era la señal que habían acordado para que los de arriba recogieran la cuerda. Así lo hicieron, y el narrador esperó a que la cuerda volviera a sumergirse. Después de esto, el narrador continuó su búsqueda por el palacio, hasta que halló a la segunda de las hijas, a Fátima,
También custodiada por un monstruo al que derribó de igual manera, la princesa Fátima fue liberada y ascendida a la superficie del lago junto a su hermana. Mientras esperaba la cuerda de vuelta, el narrador buscó a la tercera princesa, y no tardó en encontrarla. También tuvo que derribar al guardián, lo que no le supuso gran esfuerzo, y liberó a la más joven, que también era, por cierto, la más encantadora de las tres. No le importaba esperar, ya que la compañía de tan hermosa mujer le resultaba muy agradable, pero pronto se dio cuenta de que algo no iba bien, porque tardaban mucho en bajar la cuerda de nuevo.

           -“Creo que te han traicionado”, dijo la princesa. “Tus  supuestos compañeros se han marchado con mis hermanas y nos han abandonado aquí, pero no temas. Mira. Esta caja es mágica. Puedes pedirle lo que quieras.”
Entonces el narrador abrió la caja, y le pidió estar en la orilla del lago, junto a la princesa, y a bordo de una gran faluca adornada con insignias de realeza. Al instante así se cumplió, y el narrador navegó junto a la joven Maerifa rumbo a la ciudad, que era la capital del reino.

            Entre tanto los dos traidores habían regresado en sus caballos, y entregado al rey a sus dos hijas rescatadas, aludiendo que, lamentablemente no habían hallado rastro de la tercera.
El rey, que se alegró enormemente por el reencuentro con sus queridas hijas, y lloró amargas lágrimas por aquélla, a la que pensaba, había perdido para siempre, acordó con sus presuntos valerosos caballeros sendas bodas, tal y como se había prometido.

            Todo en palacio se parecía a un final medio feliz, cuando de pronto el rey recibió el aviso de la arrivada a puerto de una lujosa embarcación con nobles insignias. ¿De quién podría tratarse?   

            Cuando el rey vio descender del navío a su hija, la más pequeña, aquella a la que pensaba no iba a volver a ver, su corazón se ensanchó, recuperó al instante la salud que había perdido, y honró al narrador de historias concediéndole la mano de su hija, y , cuando se desveló la traición de los otros dos, fueron desterrados para siempre. Así es como sucedió."

           Terminada la narración de esta historia, volvemos a la corte del rey, que había permanecido atento a cada una de las palabras del narrador.
Sin más, sentenció que nunca permitiría que faltara en la corte un narrador de historias, porque su función era realmente imprescindible.


Versión del cuento recopilado por el maestro sufi Idries Shah en su obra "El buscador de la verdad"