domingo, 22 de noviembre de 2015

El otro yo

Cuando se profundiza en el tema de la pareja es inevitable enfrentarse a las cuestiones mas esenciales de nuestra existencia, que es lo que ahora procede hacer. Uno no puede liberarse de su razón parcial sin haber antes comprendido y asimilado, que somos mucho mas que nuestro ego. Mientras persistimos en el pensamiento egóico no es posible romper esa cadena de argumentos y sentimientos que nos conducen  inevitablemente a la confrontación con el otro.

Lo que estamos empezando a comprender es algo verdaderamente misterioso acerca de lo que somos. Si nos enfocamos en que somos un ser que percibe, y que la percepción está condicionada por nuestras emociones, ya nos estamos situando en la dirección correcta. Esto es fácil de aceptar.
Mas difícil pero en la misma dirección, se halla el hecho de que todo lo que percibimos en los otros seres humanos, es un reflejo del interior de cada uno, es decir, somos unos "espejos" de los otros.



Esto es algo que de entrada solo se puede intuir, haciendo uso de la observación y de una gran honestidad con uno mismo. Hace falta un gran valor para aceptar la propia sombra. La sombra es esa parte de nuestro ser de la que no somos conscientes, nuestro lado oscuro. Ahí han quedado olvidadas nuestras experiencias mas dolorosas, los rasgos de nuestra personalidad que no podemos aceptar porque los hemos juzgado y condenado: Todos nuestros fantasmas. Cuando nos relacionamos con los demás, toda esa parte de nuestro ser se proyecta en el otro, sin que nos demos cuenta. Por eso, para conocernos a nosotros mismos, necesitamos relacionarnos con los demás.
En la medida en que juzgamos a los demás, nuestra sombra crece como luna que refleja.En la medida en que los aceptamos,crece nuestra luminosidad, nuestra conciencia, como sol que irradia.

La relación de pareja, como relación mas estrecha entre seres humanos, encierra en si la posibilidad de superar este gran escollo que nos presenta el ego para nuestra evolución.
Primero hay que construir una solida autoestima, como comenté en mi anterior entrada sobre la violencia de género. Luego hay que aceptar. Aceptar no es doblegarse. No es renunciar a nuestra realización. Aceptar al otro es reconocerse en el otro. Comprenderse y perdonarse en el otro. Amar al otro con toda esa enorme carga de imperfecciones.

Y entonces se produce la magia:
 Lo que aceptas, desaparece.
 A veces lleva toda una vida,
o más...




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